Se que algunos de los visitantes de este blog vienen desesperadamente en busca de información acerca de artroscopias en el tobillo y la osteocondritis en el astrágalo, y sé, porque ya he pasado por eso, que lo que esos visitantes necesitan es que le expliquen detalladamente que les van a hacer, como va a ser ese proceso de recuperación y cuanto van a tardar en ponerse bien. Y, sobre todo, si se van a poner bien.
Yo, por genética, soy bastante duro contra estos males y, además, es muy importante que cada cual entienda que su caso es único y problablemente todo lo relativo a su dolencia y tratamiento, punto por punto, pueda llegar a ser completamente distinto a lo correspondiente a otra persona con el mismo diagnóstico. Quiero decir con esto que no se debe tomar todo lo que voy a narrar, al pie de la letra, ni aunque el caso y la operación realizada sean los mismos.
Diagnóstico:Mi diagnóstico se demoró 8 años. Sí, 8 años, no ocho horas u ocho días u ocho semanas o meses. 8 años. 8 años porque el Servicio Andaluz de Salud jugó a entretenerme en listas de espera para el especialista, enviándome a caminar a la playa (los pies se me dormían al contacto con la arena en Noviembre), obligándome a usar una plantilla o tomando analgésicos; Pero eso sí, nada de hacer Resonancias Magnéticas o TACs, que parece ser que los pagaban ellos. Claro, la playa es gratis para todos,... menos para los perros (pero ese es otro tema).
Pero comencemos desde el principio. En julio, hace unos 8 años, en un traspiés mi tobillo se torció de modo que el exterior de este llegó a tocar el suelo. Llegué a notar como algo en la articulación crujía o se desgarraba y, después de llegar a urgencias como pude, informé de esto al traumatólogo. A pesar de ello, radiografía de rigor mediante, a dicho especialista sólo le pareció que habría sufrido un esguince fuerte. Media escayola y para casa. 20 días de reposo.
La inflamación fue bajando y llegó a desaparecer, llegué a olvidarme de aquella torcedura, pero ese maldito dolor de intensidad variable nunca me abandonaría desde entonces.
Tras darme un margen de unos meses, visité por primera vez a mi doctora de cabecera debido a mis molestias. No tenía que preocuparme, según ella, sólo debía fortalecer el tobillo caminando por la playa, pero nada mejoró, más bien contribuyó a un catarro por el frío que me transmitía la arena en invierno; así que volví a la carga, obteniendo como recompensa un volante para el especialista, unos seis meses después. Exploración. Segunda radiografía y, de nuevo a consulta, con meses entre medio.
La desesperación me había hecho investigar. Sabía que no caminaba de un modo 100% correcto, por lo que observando las suelas de mis zapatos, y cotejando lo que había visto con información médica al respecto comprobé, que caminaba con 'supinación'; e idiota de mí, eso le dije al trauma. Le pregunté si podía ser de eso, lo que le sirvió a aquel maldito para mandarme una plantillita y para casa. Las plantillas son más baratas que las resonancias magnéticas, que son indispensables (eso o un Tac) para detectar una Osteocondritis Disecante en el Astrágalo. 2 años con la plantilla de aquí para allá. Cada vez que la cambiaba de zapato me provocaba un dolor tremendo usarla, pero a mi doctora de cabecera no parecía importarle demasiado y, aparentemente (creo que yo quería creerlo), el dolor estaba muy controlado, habiendo pasado ya unos 4 años.
Pero no. Llegó un momento en que con o sin plantilla, era indiferente, aquel dolor o molestia siempre estaba ahí y empezaron a llegar los pinchazos.
Siempre me ha gustado correr, aunque no haya motivos. Correr me hace sentir vivo, animal, y lo hago, a veces, de un modo espontáneo, a impulsos del instinto. Me hace sentir bien, creo me hacía sentir bien, por que ya casi ni me acuerdo de como era correr. Entonces, correr, empezó a hacerme sentir indefenso ante unos traicioneros pinchazos que me provocaba aquella primera, octava o quinta zancada. El dolor me hacía perder el control y la fuerza de rodilla hacia abajo. He estado apunto de comerme algún bordillo varias veces, he maldecido al cielo y al infierno, me he cagado en todas las putas posibles (ruego me disculpen), así como en mi vida, tanto, que si fuera literalmente, ya habría muerto ahogado. Sé que no debo quejarme porque, a fin de cuentas, hay millones de personas con verdaderos motivos para romper la luna a gritos, soy un afortunado; pero esa impotencia, esa inexplicable invalidez o limitación (oficialmente estaba curado), me traía por el camino de la amargura.
Volví al médico, gracias a un arranque de mi madre. Muchas gracias, mamá. Pero esta vez a una clínica privada. Tercera radiografía y nueva exploración. La traumatóloga de la clínica Pascual y Pascual si dió en la tecla, aunque yo aún no lo sabía y, seguramente, ella tampoco. Me habló de una posible lesión en el cartílago y unas perforaciones y que necesitaría ver los resultados de una resonancia magnética de mi tobillo. La madre del cordero. Así que Patricia, Samuelito y madre, visitan de nuevo a la doctora de cabecera, a la que no le gustó un pelo que recurrieramos a la sanidad privada para luego venir pidiendo una resonacia. La señora se tapó los oídos y casi no me dió el volante para el traumatólogo. Ocho meses de lista de espera. No llegué a ir, por que entre el día en que recibí el volante y el día en que tenía que ir a consulta, se habían interpuesto entre ésta y yo 700 kilómetros.
Más tarde que pronto llegué a tener una tarjeta sanitaria de la comunidad de Madrid y, en cuanto tuve nuevo médico de cabecera asignado, me fui a la consulta, cojo a ratos, pero tan pichi.
Mi doctor, que es un bendito, se aguantó todo este rollo que tú te acabas de tragar, me exploró la articulación y ¿como no? me envió al traumatólogo, pero esta vez con esta reseña en el expediente: "Se requiere resonancia magnética". Premio.
He de decir que el traumatólogo que me atendió en las dos ocasiones siguientes no me vió ni un centímetro cuadrado de piel del tobillo, pero aparte de mandarme a comprar una supertobillera Bauerfeind a la tienda de su ¿primo?, hizo, sorprendentemente, lo que yo esperaba de él. Me envió a hacerme una resonancia magnética y leyó el documento que la acompañaba informando de mi diagnóstico: "Osteocondritos Disecante en el Astrágalo". Premio Gordo. El tipo, como debe ser, sabía que no podía hacerme nada, así que en lugar de hacerme perder un año con la tobillera 'robocop' de su primo, me envió al Hospital de la Concepción de Madrid para que me miraran sus especialistas. De esto hace 5 meses.
La consulta en 'la Concha' fue puro trámite. La doctora supo, tras consultar la R.M. y la exploración, que la curación pasaría por el quirófano y yo no me lo pensé dos veces. Casi le supliqué que me operaran y acordamos vernos en el quirófano.
Continuará... (je je je)