Esto no me ha ocurrido a mí, pero hoy he conocido a una persona que se enfrenta a esto cada día. Su narración me ha hecho pensar.
Trabaja en un hospital y esto ocurrió una de estas veces que no termina de tener un buen día. Un niño que lleva ingresado la totalidad de su vida y al que ha visto crecer entre tubos, respiradores y goteros por culpa de una dolencia gravísima; al que ha dado el biberón, ha visto crecer, del que conoce casi todo; le ve llegar, la observa ausente y nota que está absorta en sus problemas, a pesar de que con ellos, los pacientes, es tan fantastica como siempre; así que la mira a los ojos y le pregunta ostensible y sinceramente preocupado: '¿Qué te pasa?'.
Al igual que esta escena le dió que pensar a esta persona, a mi también me ha hecho reflexionar:
Creo que me preocupo demasiado, que intento ajustarlo todo demasiado, que quiero siempre conseguir demasiado de mi mismo, y que, casi siempre, me equivoco.
Con cosas así se me despeja la mente y veo claro que el modo más sublime de superarme a mi mismo, de ser mejor en todo, de ser mejor persona, empieza siempre por alegrar esa cara de tonto que se me queda con las nimiedades que me ocurren, ya que no merecería ni éxito ni suerte si lo único que tengo para ofrecerle a la vida es un mal gesto, sobrándome de todo.
Soñando un poco, si todos nosotros, la mayoría afortunados en todo lo material, tuvieramos la mitad de la fuerza de espíritu, la mitad de corazón y ánimo, que tiene este chico; el mundo sería infinitamente maravilloso. Sería como respirar aroma a rosas y jazmines en todas las calles, amaríamos a cada persona y cada ser sobre la tierra, sólo como agradecimiento a ésta por ponerlo en nuestro camino y, posiblemente, ya habríamos encontrado un remedio para que este chaval no necesitara ni gomas, ni goteros, ni medicación para vivir; por que no habría guerras y todo el dinero que se tira en estas, lo gastaríamos en Medicina o en otras cosas útiles de verdad. Si sólo una hora al día fueramos tan generosos como el niño del que os hablo, quizás a alguno que otro nos reventaría el pecho y, moriríamos. Pero eso sí, que nos quitaran lo 'bailao', por que ibamos a morir de alegría. O, mejor aún, de felicidad.
Trabaja en un hospital y esto ocurrió una de estas veces que no termina de tener un buen día. Un niño que lleva ingresado la totalidad de su vida y al que ha visto crecer entre tubos, respiradores y goteros por culpa de una dolencia gravísima; al que ha dado el biberón, ha visto crecer, del que conoce casi todo; le ve llegar, la observa ausente y nota que está absorta en sus problemas, a pesar de que con ellos, los pacientes, es tan fantastica como siempre; así que la mira a los ojos y le pregunta ostensible y sinceramente preocupado: '¿Qué te pasa?'.
Al igual que esta escena le dió que pensar a esta persona, a mi también me ha hecho reflexionar:
Creo que me preocupo demasiado, que intento ajustarlo todo demasiado, que quiero siempre conseguir demasiado de mi mismo, y que, casi siempre, me equivoco.
Con cosas así se me despeja la mente y veo claro que el modo más sublime de superarme a mi mismo, de ser mejor en todo, de ser mejor persona, empieza siempre por alegrar esa cara de tonto que se me queda con las nimiedades que me ocurren, ya que no merecería ni éxito ni suerte si lo único que tengo para ofrecerle a la vida es un mal gesto, sobrándome de todo.
Soñando un poco, si todos nosotros, la mayoría afortunados en todo lo material, tuvieramos la mitad de la fuerza de espíritu, la mitad de corazón y ánimo, que tiene este chico; el mundo sería infinitamente maravilloso. Sería como respirar aroma a rosas y jazmines en todas las calles, amaríamos a cada persona y cada ser sobre la tierra, sólo como agradecimiento a ésta por ponerlo en nuestro camino y, posiblemente, ya habríamos encontrado un remedio para que este chaval no necesitara ni gomas, ni goteros, ni medicación para vivir; por que no habría guerras y todo el dinero que se tira en estas, lo gastaríamos en Medicina o en otras cosas útiles de verdad. Si sólo una hora al día fueramos tan generosos como el niño del que os hablo, quizás a alguno que otro nos reventaría el pecho y, moriríamos. Pero eso sí, que nos quitaran lo 'bailao', por que ibamos a morir de alegría. O, mejor aún, de felicidad.
1 comentario:
Vaya vaya!
Han tenido que pasar no se cuantos meses para dar con este blog del amigo Samuel. Qué sorpresa me has dado tío! Un blog muy currado en el que, a partir de ahora, entraré más a menudo. 1 abrazo.
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